Su porte elegante y su 1,86 metro de altura lo distinguían. Héctor Rodolfo Baley fue uno de los tantos jugadores de primera línea que enriqueció el fútbol cordobés hace 40 años. A esta ciudad llegó en 1981, ya campeón del mundo, cuando Talleres todavía iba a disfrutar de algunos muy buenos momentos.
Cundo se produjo su llegada a barrio Jardín había pasado una docena de años desde su efímera estancia en Estudiantes de La Plata y de su proceso de consolidación que en Colón, Huracán e Independiente lo llevó a ser uno de los mejores arqueros argentinos en la década de los ‘70. Tal fue su envergadura que tuvo el privilegio de levantar la Copa del Mundo en 1978, aún no habiendo sumado minutos. En el arco, como titular, estaba Ubaldo Matildo Fillol.
–¿Estás satisfecho con lo que hiciste en el fútbol o te quedó algo pendiente, Héctor?
–Sí, en parte, sí, estoy satisfecho. Hay una duda que siempre me quedó, que no me ‘cerró’ bien a mí, que es no haber peleado más por el “1” de la selección argentina. Más allá de que el periodismo y todos estaban con el “Pato” (Fillol), pienso que podría haber peleado un poquito más. Esa es la única duda que me queda. Podría haber hecho un poquito más pero estoy satisfecho.
–¿Qué significa no haber peleado más?
–Y… por ahí haberme puesto un poquito más firme. Yo tuve la promesa que cuando se fuera el “Loco” Gatti yo me iba a quedar con el “1”. Lo podría haber hecho valer, pero no me pareció un buen momento. Y bueno, me conformé con el número “2”, ¿no? Era una promesa del “Flaco” (César Luis Menotti), que la sabemos los dos. “El Flaco” me dijo una vez: se va Gatti y vos sos el número “1”. Pero lo entiendo. Había mucha presión del periodismo y mucha presión de la gente porque “el Pato” la estaba rompiendo. La podría haber peleado más. Pero en general, todo quedó bien.
–¿Ese fue el momento de mayor alegría en tu carrera?
–Sí, sin duda. Tenemos un grupo de WhatsApp en el que están todos los integrantes del plantel, con los que nos comunicamos permanentemente. “El Pitón” Ardiles zafó del coronavirus. Le hicieron un testeo y le dio negativo, menos mal. Y también hablo con Marito Kempes. Son las satisfacciones que te deja el fútbol.
–Siempre se dice que el arco no perdona un error. ¿Necesitaste un psicólogo?
–Yo me di cuenta que mis errores eran por un tema de concentración. No estaba bien concentrado y por ahí cometía algún error. Si hubiera consultado a un psicólogo me hubiera dicho que el problema mío era la falta de concentración. Pero nunca lo necesité. Y también en aquella época era medio raro tener un psicólogo en un plantel. Sin embargo, sí me hubiese servido cuando dejé de jugar. O unos meses antes de dejar de jugar, más. A mí me mató dejar el fútbol. Bajé 14 kilos. Estuve un año encerrado en mi casa y no salía ni a la puerta. La pasé muy, muy mal. Ahí me hubiese hecho falta un psicólogo. En ese sentido, mi señora, que es asistente social, me ayudó mucho.
–¿Añorás eso?
–Uhh, sí; sin duda. El vestuario, el olor a los masajes, el entrenamiento, las horas previas a los partidos. Uno no deja de ser jugador de fútbol por más que no pueda mover las piernas.
–¿En qué equipo de sentiste mejor?
–Hice divisiones inferiores en Estudiantes de La Plata. Ahí aprendí muchísimo y debuté en primera división. En Colón de Santa Fe empecé a jugar como titular en un equipo de primera división. Me fue muy bien. Pasé tres años bárbaros. En Huracán, lo mismo. Yo he tenido la suerte de estar en equipos que jugaban al fútbol. Huracán, Colón, Independiente, Talleres. Y los técnicos que tuve: (José Omar) Pastoriza, “el Viejo” (Ángel) Labruna, “el Flaco” Menotti, “el Gitano” (Miguel Antonio) Juárez. Todos técnicos que en sus equipos hicieron prevalecer el buen juego. En ese sentido, he sido un afortunado.
–¿Y de tu época en Talleres que rescatás?
–Yo me perdí la mejor época de Talleres y la de Córdoba, en general, en el fútbol. De Instituto, de Racing, de Belgrano. Era un placer verlo jugar a Talleres. Era una época en la que los muy buenos jugadores querían venir a jugar aquí. Vino J.J. López, Morete, Pedro González, el peruano Mosquera, el brasileño Julio César. Todos queríamos venir a jugar a Talleres.
–Y de Córdoba no te fuiste más.
–Es que soy un cordobés más. Realmente me han tratado con un respeto bárbaro. Estoy súper cómodo. De acá me sacan con los pies para adelante. Llegué en el año 81 y a Córdoba no la cambio por nada.
–¿Has sido feliz en el arco?
–Te voy a contar una anécdota. No me gustaba jugar al arco. Yo empecé a jugar por una obligación con mi papá. Si buscás en la historia mi “Viejo” fue un arquero muy grande en la Liga de Bahía Blanca. Éramos cuatro hijos varones y yo jugaba al centro y mis hermanos también. Y mi “Viejo” decía: “Y nadie juega al arco”. Y un día dije: “Bueno, yo juego al arco”. Entonces jugaba medio tiempo al arco y medio tiempo al centro. A los dos años me llevó Estudiantes de La Plata. Tenía 17, 18 años.
–¿O sea que te gustaba jugar más al centro que al arco?
–La pasión mía era el básquetbol, las carreras de autos… Creo que soy un piloto de carrera frustrado. Veo Turismo Carretera, Súper TC 2000, Fórmula Uno, todo, todo. Tengo mis problemas en casa por eso, pero bueno…