A raíz de la pandemia, hubo muchos cambios en las maneras de hacer televisión. El principal fue la ausencia de conductores o de panelistas en los estudios para hacerse presente por videollamadas, un mecanismo que también aplicaron para realizar las entrevistas.
Pero también hubo programas que siguieron funcionando con casi completa normalidad, a pesar de la cuarentena obligatoria. Un ejemplo claro son los ciclos de Mirtha Legrand, que ahora son conducidos por Juana Viale y continúan recibiendo invitados a la “mesaza”.
Por otra parte, están los programas que intentaron hacer las cosas diferentes y respetar el aislamiento físico, pero que fracasaron en el intento. Andy Kusnetzoff, poco después de que se decretó la cuarentena preventiva y obligatoria, comenzó a realizar su programa PH: Podemos hablar con invitados mediante videoconferencia. Esta medida duró apenas tres programas, debido a la baja del rating, que al parecer no podía competir con los números que manejaba La Noche de Mirtha.
Otro caso es Bienvenidos a Bordo, conducido por Guido Kaczka, que pasó por varios estadios. Al principio seguían teniendo los juegos en vivo con el público, pero manteniendo las medidas de higiene. Luego, pasó a jugar con famosos desde sus casas, quienes mientras respondían la trivia mostraban su hogar y se daba alguna especie de entrevista. Más tarde, volvieron los famosos y el público a participar físicamente en estudios.
Sucede parecido con Por el mundo en casa, programa de Marley, quien recientemente fue foco de fuertes críticas por haber visitado la casa de Lizy Tagliani y romper la cuarentena. El enojo en las redes fue porque los conductores no tenían puestos los barbijos correspondientes ni mantenían la distancia física estipulada. También sucedió cuando visitó la casa de Catherine Fulop en el último programa, a lo que Marley contestó: “Estamos trabajando”.
El común denominador de estos programas es uno: la presencia de invitados “no esenciales”, algo que destacaron muchas figuras de la farándula y despierta cierto debate sobre quién tiene más o menos derecho para “salir de casa”.
Por un lado, entran en juego muchos cuestionamientos del tipo “¿Por qué fulanito puede ir a ese programa y yo no puedo ir a cenar con mis padres?”, como el que planteó Migue Granados en un descargo que realizó en Twitter. En la misma línea hizo su llamado de atención Connie Ansaldi, quien dejó claro su oposición a estas formas de hacer tevé en medio de una pandemia.
Otro planteamiento que tuvo gran repercusión fue lo que sucedió con Soledad Silveyra, quien asistió a PH: Podemos hablar, y en las redes le llovieron las críticas por ir a pesar de estar dentro de la considerada edad de riesgo, aparte de tener una enfermedad pulmonar crónica (Epoc).
Por otra parte, está presente la necesidad de entretenimiento en medio del encierro, algo que varios personajes defendieron, como José María Listorti, quien planteó que no se puede estar “todo el tiempo viendo cómo cuentan lo que pasa con los muertos”. Lo que expone puede ser considerado válido. Pero se puede cuestionar también qué precio están dispuestos a pagar solo por divertir.
En este punto, cabe resaltar la responsabilidad de cada figura que asiste a los programas y la responsabilidad de quienes trabajan en ellos. Estos últimos tienen bajo su control las posibilidades de elegir las formas. Es decir, cómo seguir entreteniendo al público desde un espacio adaptado a los tiempos que se viven.
También es importante tener en cuenta el poder de influencia que tienen muchos de los famosos que asisten a estos programas con números de rating considerables. Quizás “actuar con el ejemplo” sea la mejor frase que cabe en este caso. Quedarse en casa y hacer videollamadas tal vez sea la opción ideal porque la diversión es algo necesario, pero también es necesario ser responsable.