Los inusuales días de pandemia siguen gestando fenómenos y reacciones poco frecuentes. Los simbolismos (y realismos) de la saga Vicentin enlazaron un inédito consenso en más de 80 entidades cordobesas que representan a todos los sectores ensamblados en la matriz productiva provincial. 

La explícita apelación al gobernador Juan Schiaretti y a los legisladores nacionales por Córdoba es apenas la punta. 

A diestra y siniestra, hay casi un desesperado pedido de señales para resucitar la confianza, esa energía invisible capaz de suplir la anemia institucional y quebrar el desánimo que atraviesa de manera transversal al sector productivo, cualesquiera sean su color y su pelaje.

Francis Fukuyama machacó sobre esto: “Sin capital social, la economía moderna se convierte en una máquina sin aceite”. 

La turbia y hasta a veces contradictoria base de valores compartidos en nuestra polis conspira contra la capacidad de cooperación, un motor esencial que será clave en la pospandemia.

No es sólo dónde estamos hoy parados. Es mañana, aun con la complicada negociación de la deuda de por medio. 

El último reporte de FocusEconomics –que en el caso de Argentina expresa el promedio de los datos embebidos de 40 firmas, entre bancos y consultoras privadas– dibuja un borrador macroeconómico de las proyecciones del día después.

No son buenas noticias: la economía argentina será la que más caerá este año en la región, después de Venezuela, con un retroceso de 8,8 por ciento, montado sobre dos años recesivos y varios más de puro estancamiento. 

“El resultado exitoso de las renegociaciones de deuda será crucial para evitar más turbulencias financieras”, advierte el informe, mientras el ministro de Economía, Martín Guzmán, pide gancho a los acreedores, ya en la fase del todo o nada.

Hay más: el déficit fiscal sería de siete por ciento (ese resultado también está atado al tema deuda y a la absorción del enorme volumen de pesos en plena emisión expansiva), mientras que la inversión fija anual experimentaría un retroceso de 22 por ciento.

Una reacción algo más consistente de la economía, siempre en el mejor de los casos, se vería recién en el segundo trimestre de 2021, por lo menos en los indicadores. Faltan nueve meses. Sí, un parto. Pero cuando lleguemos a esos escalones, en cierta forma todavía seguiremos bajo tierra. 

Y es que recién en 2024 el producto interno bruto (PIB), medido en dólares, volvería al nivel de 2018. Valga el desagregado: ese año está por debajo de los valores alcanzados entre 2015 y 2017. Con el PIB per capita, habrá que esperar un poco más.

Por cierto, en el inicio de este derrotero habrá más pobreza, más desempleo y mucha más informalidad. 

La clásica encrucijada entre los costos políticos y los económicos se acerca a un punto demasiado sensible. En la historia, los primeros suelen quedar como anécdota; los segundos no.

Protestas. En Santa Fe, contra la intervención de Vicentin. (Gentileza Clarín)