El discurso del presidente de la Nación en la Asamblea Legislativa abordó diversos aspectos del campo económico, con algunas propuestas interesantes.
Sin embargo, es un error presentar a la actual situación económica como el resultado de los últimos cuatro años, exclusivamente.
Si realmente hay convicción en ese diagnóstico, se corre un riesgo alto de errar en la búsqueda de soluciones. Es indudable que la coyuntura macroeconómica se deterioró en los últimos años. El discurso incluyó algunos datos al respecto, como la disminución del empleo privado registrado y la caída de la producción industrial.
El matiz necesario en este caso es que, más allá de las oscilaciones coyunturales, la tendencia de crecimiento de la actividad económica se encuentra estancada desde 2011, lo cual incluye los últimos dos períodos presidenciales completos.
La tasa de inflación es elevada (mayor al 20% anual) desde 2007 y en adelante su tendencia en el tiempo es de crecimiento sostenido.
Por otra parte, aún no conocemos los detalles de la orientación de la política monetaria y fiscal del actual gobierno. El Presidente dejó claro que primero se renegocia la deuda, y después se pensará el resto de la política económica.
Lo que sí se mencionó es la baja de la tasa de interés de referencia por debajo de cualquier medición del aumento anual del nivel general de precios.
Esto puede ser positivo para el impulso de la actividad económica en el corto plazo, pero sostener tasas de interés reales negativas (esto es, una tasa de interés menor a la inflación anual) tiene un riesgo importante y es que anula el ahorro porque conservar pesos es un costo.
La falta de ahorro de los agentes económicos en pesos es uno de los motivos por los cuales sostenidamente buscamos financiamiento externo y caemos en crisis de deuda. El BCRA anunció la intención de proveer plazos fijos a tasa positiva, hay que ver el volumen de esa oferta y la accesibilidad.
El Presidente habló de “pedirle responsabilidades a los formadores de precios”.
En ningún momento hizo alguna referencia a la relación del proceso inflacionario con nuestra moneda nacional, su tasa de emisión o la demanda que hacen de la misma los consumidores y empresas para sus transacciones.
Ya es hora que, respecto de la inflación y de cómo combatirla, no se caiga más en dogmas preconcebidos: si la inflación es un fenómeno estrictamente monetario, si se debe a la inercia generada por la indexación automática de contratos, si se debe a remarcaciones de secciones de la cadena de valor de productos de consumo masivo con demasiado poder de mercado, o acaso a los aumentos salariales por negociación colectiva.
Nuestra historia económica reciente indica que todas las mencionadas juegan un rol. Vamos a tener que buscar un equilibrio monetario razonable, a la vez que fomentamos la competencia de mercado como sistema natural de control de precios, y buscamos reducir las indexaciones automáticas y negociar cuidadosamente los convenios colectivos de trabajo.
Desde este punto de vista parece buena noticia la creación de un consejo económico y social, de composición plural, y cuyas funciones excedan un mandato presidencial.
El énfasis en el desarrollo económico sostenible, en su triple dimensión de eficiencia económica, sostenibilidad social, y equilibrio ambiental, es una promisoria declaración de intenciones. También se habló de equidad territorial y de una nueva ley de hidrocarburos que, en sintonía con el estímulo económico y el cuidado ambiental, pueda atraer la inversión extranjera necesaria.
Ojalá todas estas intenciones se traduzcan en acciones que nos lleven a buen puerto.