Desde los 7 a los 24 años, Florencia Arce se entregó en cuerpo y alma al nado sincronizado. Y, desde un andarivel en la pileta de Instituto, la cordobesa fue creciendo en la disciplina hasta transformarse, a los 15 años, en la integrante más joven de la selección argentina.
Sus largas piernas (que al principio le “costaba dominar”) potenciaron la estética de sus presentaciones; su gran oído (desarrollado a partir de la ausencia de un parlante subacuático) la ayudó a ser una de las mejores a la hora de sincronizar; y su sonrisa (con eso nunca tuvo problemas y la mantiene de forma genuina) le aportó carisma y simpatía.
Con todo eso, más el empuje que le puso siempre al nado y el disfrute cotidiano en sus nueve horas diarias de entrenamiento, la cordobesa fue junto a la selección argentina medallista de bronce en los Juegos Odesur 2010, participó de los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011 y ganó la medalla de plata en el Sudamericano 2012; todos logros históricos para el país.
Pero también brilló a nivel doméstico y junto con la también cordobesa Karina Flores fueron 10 veces campeonas argentinas en dueto.
Y es en una actuación junto a Flores que Arce encuentra su día “D”.
Ocurrió en 2003, en Río de Janeiro, cuando sólo tenía 14 años. Y hasta la forma en la que llegaron a competir al Nacional brasileño es para destacar. “Fuimos en colectivo. Viajamos 44 horas, pero era la única forma que teníamos para ir”, reconoce con gracia.
En la previa de la competencia, una fuerte tormenta azotó la ciudad carioca. Y al momento de su presentación, la lluvia no cesaba y una especie de baja de tensión las dejó sin música.
“Se apagaron los parlantes. Estuvimos unos 15 segundos sin música, abajo y arriba del agua. Pero el juez nunca dio la orden de cortar, y nosotras tuvimos que seguir”, recuerda y explica: “La sincronización la hacíamos como podíamos. Porque una sincroniza siguiendo el tiempo de la música”.
Al día de hoy, Mariel Avaca, la entrenadora que las acompañó en aquel torneo (Ana Borgogno era su otra coach), cree que el juez nunca advirtió la ausencia de la música por lo bien que continuaron su rutina.
Y tan bien lo hicieron que, cuando el sonido se reanudó, lo hizo acompañando su momento en el agua. “Terminamos la rutina a tiempo, junto con la música”, remarca “Flor”.
Finalmente, y pese al inconveniente, la dupla cordobesa acabó cuarta en el certamen nacional de la potencia sudamericana del nado sincronizado. Y Arce tiene una explicación para eso: “Nosotras nos entrenamos toda la vida sin parlante abajo del agua. Y como siempre trabajamos así, estábamos acostumbradas a seguirnos, a sincronizar sin ese elemento. Nos mirábamos abajo del agua, nos gritábamos… estábamos acostumbradas a esa carencia. Nosotras nos sentíamos en desventaja respecto al resto, y sin embargo nos benefició. Cuando pasó esta situación hasta estuvimos más preparadas”.
De debilidad a fortaleza
Para el viaje a Brasil, Florencia Arce les vendió rifas a sus vecinos y también empanadas. Y los domingos trasladaba su punto de venta hasta barrio General Paz para vender en el parque porciones de tarta de manzana.
Replicó junto a Flores la técnica para cada viaje pero también en pos del sueño de tener el parlante subacuático. “En 2000 estuvimos cerca de comprarlo; en el uno a uno salía mil pesos… Pero cuando estábamos por llegar al monto se vino la devaluación y no lo pudimos comprar. El parlante en Córdoba estuvo en los últimos años de mi carrera”, lamenta.
“Yo toda la vida me entrené sin parlante. En el club Instituto se deben acordar de mis entrenadoras golpeando fuerte un palito para que las escucháramos abajo del agua. Eso nos hizo tener un oído más agudo. Estábamos muy atentas a los cambios de ritmo. Éramos como una persona ciega, que desarrolla más los otros sentidos. Nosotras siempre nos caracterizamos por sincronizar”, asume.
Pero hubo también otras “contras” en la carrera de Arce que la ayudaron a convertirse en la única cordobesa de la selección argentina. Y la solista del elenco.
En la pileta del club de Alta Córdoba sólo gozaba de un andarivel para sus entrenamientos, muchas veces debía entrenarse sola “pegando un papelito en la pileta con el entrenamiento que mandaban de la selección por mail” e incluso sin entrenadoras. “Ellas lo hacían por amor al arte y a nosotras. No cobraban por su trabajo. Entonces, muchas veces no podían estar”, cuenta.
Pero nunca quiso dar otro paso y aceptar la propuesta de Gimnasia y Esgrima de Rosario, por ejemplo. “Siempre en Instituto. Yo era hincha del club y le tenía tanto amor que nunca me quise ir, no me imaginaba en otro lugar. Yo era ‘Córdoba’ e ‘Instituto’”.
“Uno lo piensa ahora y ve que el deporte amateur es siempre sacrificio. Pero, en realidad, en ese momento fue todo tan natural que yo celebraba ir a Río y no pensaba que era en colectivo. Que te inviten al Nacional brasileño era ‘wow’”, admite.