Primera vez en el Cosquín Rock, primera vez para tatuarse. Victoria vino desde Rosario para los 20 años del festival y aprovechó para estrenar su piel. Un “Power” ondulado adorna ahora su brazo izquierdo y le marcará siempre un fin de semana en este encuentro histórico. Su novio la espera para sacarle una foto. No sabía que iba a estar el puesto de Un tatuaje para una sonrisa, así que fue totalmente espontáneo, aunque el tatuaje ya lo venía planeando, asegura.
Juan Pablo Rodríguez, impulsor de la fundación que intercambia tatuajes por donaciones, explica que es el quinto año que están, y que esta vez trajeron una veintena de tatuadores.
Reflexiona un poco sobre la relación entre el rock y los tatuajes, agradece a José Palazzo, el organizador, y cuenta que los fondos de lo recaudado son para las acciones solidarias que emprende constantemente.
El mínimo de los tatuajes es $400. Hay diseños predeterminados pero la gente también puede proponer los suyos, mientras sean pequeños.
En las hojas de los diseños predeterminados lucen vírgenes, ostras, estrellas y lunas, motivos rockeros, flores y símbolos varios. Han pasado de mano en mano durante varias horas y tienen un poco de barro en los bordes.
Eso contrasta con la higiene quirúrgica que se ve atrás del espacio donde las agujas salen de inmaculados envoltorios de plástico. Porque aun en medio de la montaña, todo cumple con las normas de seguridad para esta actividad.
En suma, no hay que esperar mucho: en menos de una hora, alguien puede llevarse un recuerdo del Cosquín rock que promete durar más que una de las inmortales remeras.
Martínez cuenta que la mayoría de los diseños elegidos son logos de bandas o incluso los logos del festival, que varían cada año.
Nico y Paloma, novios ellos, exhiben sendos brazos cubiertos de film. Se tatuaron juntos “aunque no el mismo diseño, eso sería mucho”, aclaran entre risas.
Agustina tiene 22 y viene desde hace ocho años, religiosamente. Su brazo también se irá renovado: una flor de loto reluce bajo el plástico.
Mientras el sol se va entre las montañas, el zumbido de las 20 agujas vibrando como un enjambre no para. Se escucha desde varios metros de distancia y acompañan los compases del rock & trap de los escenarios.