Hace un par de años, el crítico británico Simon Reynolds vino a La Feria del Libro y ofreció una charla sobre glam rock, en la que penduló entre Bowie alienígena – andrógino de los ’70 y el Alice Cooper de la misma década como amo absoluto del shock rock.
En el medio, dejó margen para reivindicar el modo en el que Lady Gaga se relaciona con sus “monstruos” y fue categórico para señalar a Pearl Jam como todo lo que está mal. “Es una sinfonía de marrones”, precisó el analista, que necesitaba una referencia sin dobleces ni matices para reforzar sus reivindicaciones.
Respetable lo de Reynolds aunque un tanto desmesurado. Porque si bien la banda norteamericana fue abducida por su propia inmensidad, había otros blancos a los que disparar a la hora de hablar de perjuicios a la cultura rock. The Strokes, por ejemplo, que fue instituida como la gran nueva cosa y en el mediano plazo se convirtió en un monumento al desgano y a la esterilidad.
De última, en vivo Pearl Jam te despeinaba y con ellos podías recrear cierta mística de proyecto errante que rockea sin red arañando las tres horas. A la manera de Grateful Dead aunque con la virulencia megalómana de The Who.
Pero más allá de todo, la sensación de que Pearl Jam se había secado creativamente era indisimulable, más cuando la banda la abonaba con la edición de discos en vivo.
De hecho son dos los “directos” que preceden al reciente Gigaton, donde los sobrevivientes del grunge alternan rocks de alta factura y experimentos saludables con downtempos algo plomizos, mientras destilan su desencanto por la era Trump.
Trump es tópico, es verdad, pero se lo aborda mediante coartadas literarias entre graciosas y elevadas y no con gestos disconformes naifs.
Por caso, aquellos que huyen del planeta en el macizo (y mejor del disco) Quick escape se quejan de lo que han tenido que hacer para encontrar un lugar que Trump todavía no “haya jodido”. Este mensaje es complementario al eterno medio tiempo Seven O’ Clock, donde la referencia es al idiota de “presidente en ejercicio” y “al festival de errores” que acarrea con él.
La citada alternancia entre latigazos (como Never destination) y baladas enrarecidas como (Buckle Up) da cuenta de los esfuerzos que hace Pearl Jam por llevar la mediana edad con dignidad. Y si bien no son en vano, tampoco traen consigo algo como para subsumirse en ellos y abstraerse del mundo. Nadie quiere un manual de supervivencia a estar alturas.
En todo caso, cae mejor a un clásico intentando ser otra cosa con frescura, tal cual Eddie Vedder y los suyos lo logran en Dance of the clairvoyants. Porque además de su salida de eje hacia algo más afterpunk o no wave, la composición invita a guardar predicciones con respecto al amor; sencillamente, porque éste es fricción, algo difícil de sobrellevar en el frenesí cotidiano.
Sacá del medio, Pilar Sordo.