“¡No sabés cómo suena Carpintería José! Maravilloso. La parte orquestal me transporta a otros mundos. Chana, nana, chacha, chana, na (tararea) ¡Parece otra canción!”

Jairo atiende el llamado de VOS en un alto de un ensayo general para su concierto sinfónico en el Teatro Colón, previsto para mañana sábado en el marco del festival Únicos y para celebrar su 50° aniversario con la música. 

Y se lo oye así, con el entusiasmo de un principiante. Como si no tuviera que validar una obra que “lo ha constituido como uno de los principales referentes del canto ciudadano”, tal como reza el programa. 

“Un retrato pintado durante 50 años con los óleos de la historia. Jairo es la pintura de la música. Una obra de arte. Valiente, audaz, solidario. La comprometida y extraordinaria voz del canto popular. Capaz de combinar la vanguardia con la tradición. La poética fundacional de las letras de oro y las narrativas camperas. La chanson francaise, con el Himno Nacional o el Ave María, el sonido electrónico con la canción popular y la bohemia de Montmartre”, añade ese texto, muy preciso para recrear la épica de este cruzdelejeño que supo capitalizar los guiños del destino desde comienzos de los ‘70. 

“Pude parar para charlar porque ensayamos intensamente y acá se respeta mucho el momento del intervalo”, apunta el artista enrolado como Mario González y que en el umbral de la popularidad, luego de deslumbrar en peñas folklóricas, fue rebautizado como “Marito”. Sobre cómo llegó a convertirse en Jairo es algo que revelará más adelante. 

–¿El formato sinfónico es una idea tuya o de la producción de “Únicos”? 

–Es un formato que no llega a ser sinfónico pero demanda una formación bastante grande. No nos hace falta una Orquesta Sinfónica, no tiene mucho sentido. Y me lo propusieron los organizadores del festival, del que he participado varias veces. Hace dos años, la última vez que estuve, actué acompañado por un quinteto pero hice todo (Astor) Piazzolla. Se prestaba para esa formación. Usé una sinfónica cuando canté el Ave María con (la soprano santafesina) Virginia Tola. Y esta vez me propusieron repetir un esquema parecido para el resto de mis canciones. 

–La duda que surge es cómo vas a comprimir en dos horas 50 años de música. ¿Qué recorte harás?

–No me saldré mucho del libreto e interpretaré mis canciones más conocidas. Sólo he tratado dos cosas: volver sobre un espectáculo que hice sobre Yupanqui (en este caso lo haré con la compañía de Juan Falú) y referir a mi paso por Francia con una canción reconocida por todos y que, además de representar a la música francesa cabalmente, me dé lugar para contar una anécdota muy breve. Todo el repertorio tendrá ese tamiz sinfónico salvo cuatro temas. Indio Toba es uno, y lo haré junto a Minino Garay. 

–Tu ida hacia España fue un autoexilio. No te fuiste por cuestiones políticas. Ahora bien, ¿qué circunstancias te llevaron a viajar en 1970?

–Me fui porque me contrataron. Fue Luis Aguilé, que era una estrella allá y tenía una productora discográfica. En esa época, yo no trabajaba como cantante sino como ilustrador. Fueron dos años en ese rubro porque como cantante no había podido encontrar el método para darme a conocer. Pero como ilustrador trabajaba mucho y me iba muy bien. Y todo resultaba  placentero porque era freelance y me pasaba todo el día en casa escuchando música y dibujando. Bueno, resulta que con mi amigo Luis González habíamos compuesto varios temas y hecho un demo con ellos, pero se los dejamos a varias compañías y no pasaba nada. Se lo dimos a colegas y tampoco. En ese plan se lo mostramos a Luis Aguilé, a quien le gustaron mucho pero retrucó que no las veía para él. Nos hizo bolsa, aunque después tiró una idea que cambió el curso de todo. 

–¿Y cuál fue esa idea?

–“Me gustan estas canciones tal cual las interpretas tú”, me dijo. Cuando le recordé que conmigo no pasaba nada en Argentina, me ofreció hacer un disco. Podía ser en España o acá. Elegí España. 

Viaje y epifanías

Ese viaje no sólo abrió el camino profesional de este artista sino que le permitió encontrar su denominación definitiva y al amor de su vida, la madrileña Teresa Sainz de Los Terreros. 

“Daniel Gutiérrez, un argentino que había vivido mucho tiempo en Colombia y que trabajaba para Aguilé en Madrid, fue el que me puso Jairo. Me dijo ‘en Colombia es un nombre común y se usa en todos los estamentos sociales”. Aguilé y Gutiérrez decidieron que grabara las canciones que los habían impresionado pero empezando de cero. Tanto, que me borraron el Marito y buscaron un seudónimo. Sentí que nací de nuevo. Yo propuse otros nombres pero me sacaron carpiendo. Mi opinión no tenía mucho peso, era joven…”, releva.  

–Por aniversarios redondos y demás, ha resurgido material fotográfico sobre esas reuniones parisinas que mantenías con  Piazzolla, María Elena Walsh, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa. ¿De qué hablaban en esas juntadas? La política era tema, supongo. 

–Sí, claro. Porque todo coincidió con el período de la dictadura. No era tema, era “el” tema. En Francia más, porque era un país que denunciaba con mayor fuerza las dictaduras de Latinoamérica. Y yo era bastante popular, así que cualquier cosa que pasaba en Argentina, los medios me llamaban. Incluso participé del debate de un noticiero. Para mí era importante estar informado, no podías decir cualquier cosa en una situación así. Lo viví muy de cerca. Hubo un dato que marcó mi posición: cuando logré ser exitoso en Francia, algo totalmente inesperado, nunca tuve contacto con la embajada Argentina. Cuando fui a París para cantar por primera vez en el ‘77, ellos hicieron una especie de ágape. Y dije que no iba. Recién volví a tener contacto con la embajada en el 83, ya con (Raúl) Alfonsín. ´

–¿Y qué recordás de esa nueva era?

–Que proyectaban una película de (Pino) Solanas y que conocí a Bárbara Mugica, una actriz que me encantaba. Charlé mucho con ella. Esas reuniones que apuntaste eran holgadas. Podían hacerse en la casa de alguno, pero eran una fija todos los jueves en el restaurante de un español. Había mucha melancolía por la patrie, como decía (Daniel) Salzano. Estaban todos bien, porque Francia tenía un estatuto muy interesante para los refugiados políticos, pero lejos. A las que más he visto sufrir el exilio en dictadura fue a Norma Aleandro y a Mercedes Sosa. Antes de volver a cantar en Argentina en el ’82, Mercedes estaba preocupada no por lo que le pudiera pasar a ella sino a alguien de su entorno. Y de Norma Aleandro recuerdo que fuimos juntos a ver a Susana Rinaldi al Théâtre de la Ville. ¡Lo que lloró Norma cuando Susana hizo la canción de Eladia Blázquez El corazón al sur! “Nací en un barrio donde el lujo fue un albur” (canta) No me gusta cuando hablan con ligereza del exilio… 

–Un rasgo particular de tu carrera es que, en lo autoral, siempre has trabajado en sociedad… 

–(Interrumpe) Funciono así. Con Luis González hicimos canciones exitosas como Vivir enamorado, por ejemplo. Con Horacio Ferrer empecé a trabajar porque le escribí una carta para contarle que me había gustado lo que había hecho con Piazzolla y que tenía ganas de hacer una canción con él. Y me contestó con otra carta que sólo tenía una pregunta “¿Por qué sólo una?” Nos hicimos muy amigos y compusimos bastante. Con María Elena Walsh escribí antes que con Ferrer. Desde el ‘72 en adelante hicimos varias canciones con ella, porque habíamos coincidido en eso de habernos ido del país por razones personales, y elegido a Madrid como destino. María Elena me cantó Como la cigarra antes de que la grabara. 

–Vaya privilegio… 

–Claro que sí, valoro muchísimo eso. Una de las canciones que hicimos juntos, El valle y el volcán, me posibilitó abrir puertas en Argentina a la hora de pensar la vuelta. Por otro lado, a través de María Elena llegué a París por primera vez. Con Teresa, mi mujer, solíamos irnos a Londres por su ambiente y demás, pero no conocíamos París siendo que lo teníamos más cerca. Fue María Elena la que nos invitó por primera vez y la que me sugirió que probara suerte allí. Recién cante en Francia tres años después y pasó eso. Fue profético. Cuando debuté en el Olimpia, ella escribió un texto muy bonito en el programa. 

–¿Y qué podés decir de tu vínculo con Daniel Salzano?

–Que también fue por carta pero que, en ese caso, él me la envió a mí.  Conservo esa carta, que tiene el mismo tono de las notas que él publicaba en La Voz… Me decía “Soy Daniel Salzano y me gustaría que me dijeras si esto que te mando puede ser una canción, tal como cree un amigo mío”. Así nos conocimos. El siguiente paso fue vernos en Madrid, por iniciativa mía. 

–¿Qué movimiento hiciste?

–Cantaba en París y tenía que volver a Madrid por unos días, porque mi familia estaba veraneando en las sierras cercanas. Del aeropuerto, antes de ir a mi casa pasé por lo de Salzano sin avisar. Toqué el timbre y salió Cristina, su mujer…   “Uy, Daniel, mirá quién te busca”. Bueno, esa tarde del ’87 hicimos en embrión de algunas canciones. Y fue la única vez que nos juntamos en un espacio físico para componer. Luego lo hicimos a distancia; él viviendo en Madrid y yo en París; o el en Córdoba y yo acá, en Vicente López. 

–Por último, ¿cómo has sobrevivido a la grieta política de nuestro país?

–Muy natural. No soy una persona irrespetuosa sino otra bastante tolerante.

El impulso de Teresa 

Días atrás, Jairó reveló que Teresa, su mujer, estaba mal de salud. Y si bien su confesión sonaba atravesada por la pena, también dejaba margen para la entereza, la hidalguía. “No hablaba mucho del tema hasta que surgió y lo hice de una manera muy cruda”, dijo. 

Y añadió: “Por estos días me han llamado de todos lados por eso. Es una situación complicada que vivo de manera natural. Teresa me lleva a eso. Es una mujer maravillosa que con su inteligencia te empuja hacia adelante. Aun en una situación así”.

 

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Jairo, durante su último concierto en Cosquín. (Prensa Festival Nacional de Folklore)