Ante una situación de entrevista con alguien del mundo del espectáculo, se suele establecer una cordial tensión entre lo que periodista pretende obtener de la charla y lo que al artista le interesa comunicar. No siempre tienen que ser opciones contrapuestas, pero sí suele haber diferencias en términos de matices o enfoques que se saldan en ese juego.

De vez en cuando, sin embargo, aparece algún perro verde que rompe con los esquemas y termina diciendo lo que se le canta, en el mejor sentido de la expresión, aún cuando sean ideas políticamente incorrectas o incómodas.

Horacio Guanary era un fiel exponente de esta raza. Tuve la oportunidad de entrevistarlo telefónicamente en tres oportunidades (2010, 2012 y 2014), ya sobre el final de su carrera, cuando claramente estaba de vuelta de todo.

Pícaro, escurridizo y por momentos brutal, tomaba las riendas de la charla y podía ir desde temas livianamente filosóficos hasta gastadas a su interlocutor. Era como si disfrutara de no tener filtro.

Siempre me atendía desde su casa en Luján, que bautizó como “Plumas verdes, porque queda en el regocijo del loro”. Y solía comenzar con alguna acotación respecto a mi tonada cordobesa.

“Lo más hermoso que puedo recibir con tu llamado es que hablás con la tonada… . porque la mayoría de los locutores y periodistas se me han aporteñado. Me gusta que hablés así porque no hay que negar nunca la identidad”.

Luego, solía meter alguna acotación sobre lo que estaba haciendo en ese instante: “Acabamos de comernos un chivito al horno de barro, y de entrada nos comimos unos pedazos de lechón que han quedado del otro día. Y nos estamos bajando dos o tres botellitas de tintito Doña Elvira, que es el mejor vino del mundo. Es una vida muy sufrida, estamos bajo la galería al lado de los sauces con un fresco lindo”.

Pero en ese camino, en cualquier momento podíamos pisar algún bache que hiciera trastabillar la marcha, como cuando le pregunté cómo se preparaba para “los shows” que tenía programados el finde. “¡Nooo, no, no…!”, me interrumpió con un grito fenomenal. “Yo no hago shows, en absoluto. ‘Shows’ hacen los yanquis, yo hago espectáculos. Pero si querés que hablemos en inglés vamos a hablar: What would you like, my friend? (“¿Qué querés, amigo?”, decía exactamente con la misma forma en la que hablaba en castellano).

El Potro Guarany siempre se mostraba jovial y festivo, como si realmente creyera eso que repetía una y otra vez, que la juventud es una forma de sentir la vida. Según su experiencia, uno podía tener menos agilidad, bríos, pero la alegría del espíritu, del corazón, del alma, no mueren nunca.

Y mientras relataba eso con solemnidad, cortaba de golpe con una confesión inesperada: “Ni tomo viagra… ¿qué más querés?”.

Bestialidades sin filtro

Claro que este señor que supo ser el ícono del cantor popular de la música folklórica argentina creció bajo paradigmas hoy no sólo obsoletos, sino cuestionados. Ya en su momento sonaba bestial una propuesta que él repetía sin ponerse colorado, y defendiéndola con vehemencia: decía que el Estado debía ofrecer “casas de salud sexual para hombres que no han sido agraciados”.

“Hay muchos hombres viejos, viudos, separados, que no pueden enganchar una mujer porque no están en condiciones, y se sufre mucho, hermano. Hay minas que se alquilan, ¡pero cobran carísimo! Entonces, digo que el Estado no prive a los pobres del placer sexual”.

“¿Y las mujeres no tendrían el mismo derecho?”, le repregunté, incluso siguiendo la lógica retorcida de su planteo. Su respuesta (dicha exactamente hace 10 años), fue atroz: “La mujer, por la menstruación, más o menos se defiende. Además, por más fea que sea, si quiere, elige. Basta que respire”.

Pero ese mismo hombre tenía visiones lúcidas sobre el respeto a la naturaleza y el consumismo desenfrenado, alertando que la humanidad iba a toda velocidad contra un paredón, mirando por la ventanilla.

“El mundo está cada vez más destruido y se va a destruir cada vez mucho más por la soberbia del hombre que lo ha llevado a creer que él es el poderoso, cuando en realidad es la naturaleza, esa que el hombre destruye todos los días impunemente para satisfacer su vida exagerada. La estupidez del hombre lo ha llevado a tener autos y más autos y sacaron los trenes… ¡manga de boludos!, hay que crear los trenes de nuevo para que la gente viaje junta y no tapar la tierra con calle y con tóxicos. Están enloqueciendo a la naturaleza con el calentamiento global y todo por ganar plata. Además, siguen fabricando armas cada vez más poderosas, creyendo que ése es su triunfo. Es la decadencia más grande del hombre. Algunos acumulan el dinero que produce el pueblo, lo meten en los bancos que explotan de plata y resulta que hay miles de millones que se mueren de hambre”.

El adiós

Guarany falleció el 13 de enero de 2017, a los 91 años, de un paro cardiorrespiratorio en su casa. No me consta, pero supongo que se fue en paz, a juzgar por lo que me había dicho cuando le pregunté por la muerte de Mercedes Sosa. “Es una pena que se haya muerto, pero vivió la vida hermosamente, llena de aplausos, felicidad, alegría y viajes. A mí me duelen más todos los niños en el mundo que mueren de hambre, los pibes que mueren en las villas miseria de 14 ó 15 años porque nadie los protege, sin haber tenido un día de felicidad. Me duelen los albañiles y obreros que mueren a los 50 años sin haber tenido una alegría nunca… ¡Eso me duele!”.

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