Históricamente, la zona sur de Cosquín Rock estaba destinada a atender la demanda de subculturas rockeras específicas (punk, reggae, heavy, rocanrol) con un escenario al que se denominaba “Temático”. Y, por general, en materia de convocatoria corría con desventaja en relación al norte, donde se concentraba el alto porcentaje de la multitud y brillaba el “principal” con los artistas  de mayor impacto popular.

Desde la edición pasada, ese recorte ya no se hace más, acaso porque la vanguardia de la música joven ha salido a pelearles el cetro a los clásicos.

Ayer, en el arranque de la vigésima edición este diagnóstico se radicalizó y el escenario sur tendió a empardar la convocatoria del norte. Y lo hizo con un mix entre poderío femenino y destellos de las bandas y solistas pertenecientes a lo que se denomina La Nueva Generación.

En el primer renglón se impusieron Mon Laferte, Sara Hebe y Nathy Peluso; en el segundo, una galaxia de música inquietante en la que entran del pop refinado de Bandalos Chinos a las explosión ¿urbana? ¿funkera? ¿rapera? De Ca7riel y Paco Amoroso.

Además de la programación del escenario dispuesto allí, el sur tuvo el plus de la cercanía de varios espacios a los que les quedaba mal el mote de “periféricos”. El Córdoba X, por ejemplo, donde se produjo un auténtico maratón de bandas locales que sólo tuvieron 20 minutos para shockear; el Acústico, armado en una carpa exclusivamente para que Molotov ofrezca “El desconecte”; y el Urbano que, enfrentado a este último, prometía al cierre de esta edición una reunión informal de Illya Kuryaki.

Entonces, había razones para el hormigueo constante por esta parte del Aeródromo de chicas clamando por aborto legal, seguro y gratuito; de chicos que abandonaron cualquier atisbo de prepotencia o personas que se autoperciben más allá de cualquier género. El sustantivo inclusivo “chiques” viene al pelo para aproximarse al factor humano que fluyó por allí.

Mon Laferte subió a escena sobre el cierre de esta edición, con posturas de diva vintage pero con un fulgor que trasciende todo tiempo y espacio. Vestida de punta en negro, la chilena reestableció el orden eléctrico de su banda de acompañamiento después de un par de shows en formato acústico.

Y ofreció cumbias fatales con perfume western (Amárrame) o electro (El beso), valses (Tu falta de querer), ska (El diablo) y otros tantos temazos tendientes a reforzar la idea de un “goce para los dos”. No te fumes mi mariguana, por ejemplo, que cantó después de besar un pañuelo verde y zambullirse en el público. También se hizo tiempo para mostrar su paso  por lo urbano con Pla ta tá.

El de Cosquín Rock fue su primer show en 2020, con Chile aún convulso, tal como denunció en los pasados Grammy Latinos. Por ende, parecía inevitable una consideración suya sobre este momento histórico. Pero no la hubo. Como sea, lo de Mon fue deslumbrante. Ahora la espera el Festival de Peñas de Villa María.

Nathy Peluso, por su parte, llegaba al festival a pocos días de estrenar Business woman, un simple en el que se jacta de hacer guita desde que nació, invita a pegarse sin guantes y a tener sexo duro. Más allá de este flow potente, también dio muestras de ser una vocalista sedosa y lúbrica.  

También se destacaron Julieta Rada, Fly Fly Caroline y Rosario Ortega

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