El único problema que trae consigo Chromatica, el sexto disco de Lady Gaga, es su imposible asociación a un ideal de “nueva normalidad”. 

Porque si de ahora en más la situación de discoteca será como esos videos que llegaron a WhatsApp desde Europa, con cuerpos que mantienen el distanciamiento en superficies demarcadas por cintas, caerán en saco roto los nuevos bombazos de la neoyorquina. 

Es que éstos demandan una celebración sudorosa y de mayor proximidad. No porque sean una invitación directa a vivir la promiscuidad (en cuyo caso no habría ningún problema), sino porque representan un llamado a la sanación definitiva, a un nivel de superación que nos ponga de narices en un personal “país de las maravillas”. 

De hecho, en el primer tramo del disco (en Alice), Gaga juega con el clásico de Lewis Carrol para decir que ella es Alicia pero que sigue buscando insistentemente su acceso a un mundo fantástico. 

Así están las cosas: después de su etapa de sosiego bailable para enrostrarle al mundo que era algo más que una freak, o de haber tirado paredes con Tony Bennett en un disco de jazz (Cheek to Cheek, 2014) y de ganar un Oscar como la sufrida heroína de Nace una estrella (A Star Is Born, 2018), Lady Gaga evita una reafirmación narcisista.

Por el contrario, se alió a un batallón de productores pillos en el plano pistero (entre los que se destacan BloodPop, Axwell y Max Martin) para contar qué necesita para alcanzar la plenitud. 

La propuesta es más o menos así: “¿Bailamos y te cuento qué onda conmigo? Y si te sirve a vos, mejor todavía”. 

Entonces tenemos tracks con todos los trucos conocidos en la EDM (Electronic Dance Music) para que Gaga sane en cuestiones vinculadas a vicios nocivos (Rain On Me, junto a Ariana Grande, va sobre cómo tocó tangencialmente el alcoholismo) o a un abuso. 

Sobre este último punto va Free Woman, un track glorioso de pura electrónica progresiva en el que la mujer más relevante del entretenimiento estadounidense de la última década expresa “todavía soy algo si no tengo un hombre/ soy una mujer libre”. 

Esta revelación funciona en varios niveles, ya que la expone como una mujer simple que necesitó que la amen como a cualquiera (mensaje que ya había filtrado en Stupid
Love, el simple de adelanto) y como otra que adquiere la fuerza necesaria para no depender de un macho si éste deviene en tóxico. 

En este sentido, Free Woman es complementaria a Fun Tonight, otra pieza que gana intensidad a medida que corre, pero que cuenta con la particularidad de una autocita. 

Efectivamente, Lady Gaga plantea una dialéctica con dos sustantivos de mucho peso en su álbum debut (el glorioso The Fame, de 2008); a saber: paparazzis y fama. Pero si en aquel representaban una cima a alcanzar, aquí se usan para referir a la “cárcel” en la que la metió un arribista novio tácito. 

La supremacía machista también recibe dardos en Plastic Doll y su “no soy un juguete para un niño de verdad”. Vaya track para poner de manifiesto días antes de que un fiscal encuadrara una “violación en manada” como “desahogo sexual”. 

Si bien no tienen retórica militante, estos temas podrían funcionar como himnos feministas. Claramente. 

La participación de Elton John en Sine From Above es mayúscula, y abona la certeza de que Chromatica es más confesional que hedonista. “Cuando era joven, me sentía inmortal / Y no pasó un día sin que tuviese que pelear/ Vivía los días solo por las noches / Me perdí debajo de las luces“, se oye en la composición antes de la estampida breakbeat del cierre. 

Así como el feat de Elton puede considerarse un guiño hacia lo clásico, el de la banda K Pop Blackpink en Sour Candy vale como un caramelo para fidelizar nuevos “monstruos”. Es uno de los pocos temas que escapan al aura “vieja escuela” de Chromatica, con la voz de una de las coreanas aproximándose al scat pecaminoso de Britney Spears. También glorioso. 

Si en cuarentena alguien quiere dictar cursos sobre producción house, u ofrecer una master class sobre cómo amalgamar bpm en clímax con voces robotizadas, vale advertirles que en este disco están 911 y Replay, que además de enfoque productivo comparten líneas de Gaga en plan autocrítico. La primera plantea “mi peor enemigo soy yo”, mientras que la segunda sugiere que sus cicatrices se marcaron a partir de errores repetidos. 

Con una vibración rítmica similar, 1000 Doves resuelve todo en plan de autosuperación: “aún no soy perfecta, pero seguiré intentándolo”. 

Chromatica está dividido en tres partes por canciones instrumentales que hacen las veces movimientos orquestales (Chromatica, Chromatica II y Chromatica III). No se perciben tópicos particulares entre cada una de ellas, por lo que queda la sensación que el recurso sólo vale para reforzar el estatus conceptual de la obra y airear los supremos arrebatos electrónicos. 

“El disco habla de curar y ser valiente. Cuando hablamos de amor creo que es muy importante incluir también el hecho de que amar a alguien requiere de mucha valentía”, dijo Lady Gaga en una entrevista previa al lanzamiento de este álbum, en la que también explicó por qué evitó publicarlo a comienzos de abril, con la cuarentena en fase inicial y el desconcierto como sentimiento global rector. 

En fin, nadie sabe si de esto saldremos mejores o peores, pero sí hay muchos que tienen la certeza de que el mundo es un lugar mejor con Lady Gaga dentro de él. Aun cuando cierra uno de los mejores álbumes de su carrera con un tema (Babylon) demasiado parecido al Vogue, de Madonna.  

Pero si la acusan de plagio, ella tiene una carta, la línea distintiva que dice “pelea por tu vida, Babylon”. Porque es así, no queda otra, hay que pelear para ser feliz. 

Gaga, con el barbijo bien puesto. (Facebook Lady Gaga)